Hotel Casa del Monte

Memorias de la Málaga del siglo XX

Hotel Monte de Sancha

Por Rafael de la Fuente

Estaban en el embarcadero de Captiva Island. Enfrente de un mar esmeralda, Dewy, Charlotte y Enêri, a través del Skype mágico, me preguntaban por los hoteles de la Málaga de hace más de medio siglo. Les prometí que un día regresaría a ese mundo portentoso, en ese lejano reino junto al mar, La Caleta malagueña, donde estuvo el Hotel Casa del Monte. Hoy cumplo esa promesa. Han pasado algunos años. Y esto ha sido bueno. Entonces no conocía, como conozco ahora, a los descendientes de una dama cuyo recuerdo nos es hoy más necesario que nunca: doña María Eugenia Gross Loring. “La última dama de la Málaga industrial”, como la llamaba el maestro Alfonso Vázquez en un artículo inolvidable en La Opinión de Málaga (27.1.2013), cuya lectura les recomiendo.


Gracias a otro maestro, el ilustre doctor García Verdugo, conocí a la nuera de doña María Eugenia. La brillantísima traductora e investigadora Olga Mendoza. También descubrí que el marido de doña Olga, Jorge Benthem, el hijo de aquella dama que tanto amó a Málaga, doña María Eugenia, era George, mi amigo de los primeros tiempos de Torremolinos, en los años lejanos del ‘Big Bang’ de la Costa del Sol española. Años milagrosos que hicieron posible la existencia previa de lugares portentosos como aquel hotel malagueño, La Casa del Monte, o el Santa Clara de George Langworthy, al que también recordamos como el Castillo del Inglés de Torremolinos.


No deja de ser un placer, un placer muy proustiano el regreso a aquellos recuerdos. El único paraíso que nadie ni nada podrá destruir. Y esos rincones de la memoria han adquirido especial viveza gracias a estos amigos a los que he mencionado con inmensa gratitud. Me contaban que un día, el que fuera cónsul de Francia en Málaga, Monsieur Simon Arbelot, concedió, en nombre de la Academia Francesa de la Gastronomía el prestigioso ‘Coq d’Or’ a aquel hotel maravilloso. La Casa del Monte, hotel nacido con firme vocación de ser una bellísima y siempre elegante mansión mediterránea. El hotel había abierto sus puertas en el verano de 1952. Su emplazamiento era perfecto, frente al mar, en ese lugar idílico de la Málaga portentosa, que es el Monte de Sancha. Las 22 habitaciones del hotel (al principio fueron 10, el enorme éxito de la casa aconsejó una inmediata ampliación) eran simplemente perfectas. Elegantes y muy cómodas. Todas tenían cuarto de baño privado y teléfono, no habituales en aquella época. Era un hotel eminentemente atractivo, civilizado y amable. Podría estar en la Costa Azul o junto a un lago suizo o del norte de Italia. Ofrecía una biblioteca a sus huéspedes y un bello jardín para los soleados días del suave invierno malagueño. Sin olvidar una egregia cocina. La que el cónsul de Francia tan merecidamente premió en nombre de la augusta academia parisina.


Como tantas cosas importantes de este mundo, fue una dama la que hizo posible este lugar maravilloso, en el que algunas de las personas más importantes de este planeta se sintieron más cómodas y felices que en su propia casa. La visión y la admirable capacidad empresarial de doña María Eugenia Gross Loring, siempre con el apoyo de su esposo, don Ignacio Benthem, hicieron milagros en aquella España aislada y paupérrima en tantos sentidos. Amuebló y equipó su pequeño gran hotel con auténticos tesoros. Entre los que había muebles conseguidos en los mejores anticuarios de Londres, vajillas de porcelana inglesa y cuberterías de plata. Las sábanas y colchas, ‘primorosamente bordadas’, venían de Francia y Bélgica. Como las mantelerías. Además de la espléndida labor de las monjitas de conventos malagueños, auténticas maestras en el arte del bordado.


Como muchos de los más grandes hoteleros de la historia (entre ellos, Cesar Ritz) fue doña María Eugenia una autodidacta. Su afición por las artes culinarias y los buenos consejos del cocinero de la casa de los marqueses de Casa Loring, don Guillermo Moyano y la lectura de su imprescindible manual de cocina, el Cookery Book de Mrs Beeton, le permitió formar muy buenos profesionales del arte de la restauración, tanto en el servicio como en la cocina. Supervisaba las compras del mercado con toda la sabiduría de una gran hotelera, así como la excepcional calidad del pescado, gracias a la ayuda y al buen hacer de los pescadores de las playas cercanas. Como también lo consiguió - la excelencia profesional - con las camareras de pisos. No pocas de ellas se convirtieron más adelante en muy apreciadas gobernantas de grandes hoteles de la costa. Por cierto, todo el personal del hotel se alojaba en habitaciones muy correctas que la propietaria ponía muy generosamente a su disposición.


Por supuesto, no sería justo no mencionar a don Ignacio Benthem, el esposo de doña María Eugenia. Cultísimo, además de ser un distinguido y siempre amable hombre de mundo, con una gran personalidad. Fue un personaje importantísimo en La Casa del Monte y en la Málaga de aquellos años. Su contribución al éxito y a la gran fama del hotel fue extraordinaria.


Como ya había advertido don Simon Arbelot, La Casa del Monte ofrecía una gastronomía excelente, sólida, confirmada por el éxito de sus famosos almuerzos y cenas a base tres platos y postres variados. Sin olvidar sus maravillosos ‘afternoon teas’, entre los mejores de Europa, tan admirados por los residentes y visitantes británicos de Málaga. Y a los que nunca faltaba el IV marqués de Casa Loring y su esposa.


El encanto de aquel hotel singular empezó a atraer a Málaga a personajes muy importantes. Entre ellos, el marqués de Ivanrey, don Ricardo Soriano, el creador de la Marbella moderna. Y su prima, la princesa Piedita Iturbe de Hohenlohe, madre del príncipe Alfonso de Hohenlohe y emparentada con doña María Eugenia Gross Loring. Fue también un huésped muy ilustre del hotel el conde de Villapadierna. Fue don José Villapadierna amigo de toda la vida de don Ignacio Benthem. Era el conde un personaje de relieve internacional por su amistad con el príncipe Aga Khan, gran asiduo también de La Casa del Monte. Después de su divorcio del príncipe Aga Khan, la famosísima actriz Rita Hayworth se alojó para descansar en aquel hotel malagueño del que le habían contado maravillas. Se lo agradecería siempre al conde de Villapadierna, como se lo agradecería la actriz Ava Gardner. O la infanta Cristina, hija de Don Alfonso XIII, asidua visitante del hotel, a cuya dueña le unían lazos de parentesco.


Eran los británicos unos fieles admiradores de La Casa del Monte. No pocas de aquellas personas decidieron instalarse en Málaga. E incluso terminar sus días en esa ciudad amable donde se sentían en un lugar privilegiado en todos los sentidos. Muchos escritores y artistas ilustres, sobre todo ingleses, fueron huéspedes frecuentes de La Casa del Monte. Como lo fue el gran Sir Francis Hackett, autor de las espléndidas biografías de Enrique VIII y Francisco I, con su esposa, la también escritora Signe Toksvig. O el inolvidable diplomático británico Cristopher Lance, que tantas vidas españolas salvó durante los años terribles de nuestra Guerra Civil.


Han pasado muchos años desde entonces. La Casa del Monte permanece en nuestra memoria, como lo que fue: un milagro de inteligencia, sensibilidad, capacidad creadora, buen gusto, tutelado por unas personas excepcionales. Fue una buena semilla, muy importante para Málaga, la que se sembró. En estos tiempos complicados, a veces oscuros, nos reconforta evocar a los que lo hicieron posible. Y muy especialmente a doña María Eugenia Gross Loring y a su familia. Falleció esta admirable dama el 14 de enero del 2013. Tenía 99 años. Se decía que los fundadores de La Concepción y la dinastía que la hizo posible, le dejaron a la Málaga turística dos tesoros: ese lugar asombroso y el ejemplo de su bisnieta, doña María Eugenia Gross Loring. Descanse en paz.

Texto original de:

Profesor invitado de la universidad de Cornell

Mayo 2013